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Ñublense grita campeón tras 44 años sin títulos en la B y vuelve a Primera

Jaime García llora de emoción tras abrazar a su madre, Eugenia Arévalo, de 83 años, a la que le cuelga la medalla que acaba de recibir en la tarima instalada por la logística de la ANFP. Su hermana Janny, que arribó de España y viajó de Cartagena, graba el momento inolvidable en pleno campo de juego y a un costado del arco norte, sus jugadores aún festejan con la copa en la mano tras dar la vuelta olímpica donde solo faltan los hinchas y el bombo, aunque en miles de hogares ñublensinos el carnaval está desatado como en la plaza de Armas de Chillán, hasta donde comienzan a arribar los más frenéticos fieles.

La postal es épica. La hazaña inolvidable, como esperada.

Tras 44 años, el Rojo timbró un título en la Primera B que no se registraba desde noviembre de 1976 y retornó a la Primera A, de la que cayó en 2015.

Los gladiadores de Jaime García, quien hace casi 20 días se debatía entre la vida y la muerte por culpa del coronavirus, confirmaron este 9 de enero, con creces, por qué fueron los líderes del certamen durante casi toda una campaña.

Una ruta pedregosa en la que tuvieron que sortear el golpe de la pandemia del covid-19, que afectó a seis integrantes del plantel y cuerpo técnico, con cuarentena incluida, la difícil negociación para aceptar la aplicación de la Ley de Protección al Empleo en plena crisis económica gatillada por el coronavirus y una localía en casa ajena, en el estadio Las Higueras de Talcahuano.

Pero este equipo, forjado en la lucha sin cuartel contra todo y todos, en la resiliencia y el sacrificio, de la mano del “Bjcastro: Insertedrfernandez: Insertedúrfernandez: Insertedjcastro: Insertedfjcastro: Insertedjcastro: Insertedalo” de Cartagena, tenía una cita con la historia y no la dejó pasar.

Atrás quedaron las dudas que sembró en la recta final, tras cosechar dos derrotas consecutivas y apareció el equipo dinámico, agresivo, sacrificado, solidario, intenso y contundente que no le dio respiro a Copiapó en la caldera del diablo.

Triunfazo y a Primera.

Ñublense fue una ráfaga imparable de goles en el día más importante de su campaña. Un zapatazo de Mathías Pinto a los 20’y un golazo de David Escalante, tras notable pantalla de Pinto, ponían tempranamente al Rojo en ventaja de 2-0 ante un rival que veía como el mejor equipo de la B, volaba en la cancha buscando esa esquiva estrella.

Cuando “Pintogol”, a los 29’, puso el 3-0, pasando a encabezar la lista de artilleros del equipo, la corona parecía más cerca, en una exhibición de fútbol de gran nivel, jugando a lo campeón.

En el complemento, el hambre de gloria de un equipo imparable, se tradujo en dos goles más de Óscar Ortega, quien llegó a 9 en su cuenta personal al igual que Pinto.

De ahí en adelante, Ñublense pudo aumentar el marcador, pero ya habían dejado todo en la cancha jugadores incansables como Iván Rozas, que se puso el overol, Campusano que se comió la banda zurda, Vargas que neutralizó a Pino, Kevin Valenzuela, el silencioso barómetro del mediocampo y un tridente ofensivo que explotó en la cancha.

El pitazo final de Rafael Troncoso, dio paso al desahogo, la alegría, el llanto y el carnaval en cancha. Ya están todos en la tarima, tras recibir sus medallas y Pablo Milad, presidente de la ANFP, entrega la copa. La recibe el capitán Nicolás Vargas y la fiesta es total. García se abraza y llora junto a su cuerpo técnico y salta con sus jugadores que posteriormente lo bañarían en agua cuando daba declaraciones.

La vuelta olímpica y los cánticos de los diablos rojos colgados del horizontal del arco norte, cierran una jornada histórica e inolvidable. Después de tanto sufrimiento y espera, en un contexto inédito por el coronavirus, Ñublense es campeón. Un justo campeón. El primer monarca chileno que festeja en pandemia y le regala una alegría a una hinchada sufrida que nunca dejó de creer en García y sus gladiadores.

Los diablos rojos son los campeones y García el faro que iluminó la tortuosa ruta.

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