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El sello del técnico que entró en la historia de Ñublense

Amigo de sus amigos. Fanáticos del ceviche y la reineta. Amante de la salsa, la que suele sonar en su auto.

Orgulloso de su Cartagena natal. Preocupado de su madre Eugenia Arévalo (83), nostálgico de su padre que falleció hace siete años y cariñoso con sus hermanas.

Sencillo, pelusón, alegre, cercano, motivador, apasionado, enérgico y luchador. Un buen tipo. Preocupado de los que más sufren, enemigo de los que abusan y denunciante de injusticias.

Así definen a Jaime García, el flamante entrenador del Ñublense campeón de la Primera B del fútbol chileno 2020, quien entró en la historia grande del club, emulando la huella de Isaac Carrasco, artífice del título de 1976, hasta ayer, la única estrella del cuadro chillanejo en el profesionalismo.

Estas cualidades le permitieron al “Búfalo”, como lo llaman sus cercanos del Atlético Cartagena, el club de su origen barrial, ganarse el cariño, la credibilidad y el respeto, no solo de sus dirigidos, sino que también de la hinchada que le tributa amor incondicional por su cercanía y sencillez.

“Yo soy así, siempre. Soy un ser humano, no un extraterrestre. Vengo de Cartagena. Humilde, no vendo algo que no soy. Me gusta ayudar en lo social, aunque a algunos les moleste”, se auto describe García, cuando detalla su carta de presentación, precedida por una breve carrera como ex zaguero central en San Antonio, Arica y Melipilla, y auspiciosa como entrenador, con relativo previo éxito, en La Serena y Santiago Morning y con paso como técnico de las inferiores de Palestino. “Yo era malo, el fútbol me retiró a mí, por eso me dediqué a entrenar”, confiesa entre risas, evocando su pasado como alumno de básica y media.

“Me echaron de todos los colegios, me iba mal hasta en consejo de curso, jaja”, recuerda con ese humor y alegría que siempre le ayudó a levantarse cuando lo pasó mal en Ñublense.

El sello y secreto

Y es que ese fue uno de sus secretos. Sonreír, contar hasta diez, cargar el peso de los problemas, jamás lanzar al choque a sus dirigidos, tener mucha autocrítica, fluida relación con los medios y “darle para adelante”. Es que, para gritar campeón junto a sus dirigidos, para muchos, un papá y consejero, debió aprender a ser el líder de un grupo diverso, en un año durísimo, marcado por la pandemia del covid-19 y que no estuvo exento de turbulencias en el camarín, como la que generó la aplicación de la Ley de Protección del Empleo al plantel que debió echar mano a parte de su seguro de cesantía.

“Acá he tenido que ser de todo y a veces desgasta, pero lo hago con amor. Entrenador, sicólogo, papá, consejero, amigo…”, relata. Y para generar liderazgo y confianza, siempre fue directo. Habló a la cara. Sin rodeos. Con látigo y cariño. Se peleó con varios para querer ver al club en Primera y “corregir detalles”. Muchas veces ayudó con plata de su bolsillo a los funcionarios que menos ganaban en el club y compartía con ellos sin marcar diferencias. Hasta mantuvo viviendo con él a un joven atacante de comuna que no tenía recursos para viajar ni pagar una pensión y lideró diversas campañas sociales.

“Eso me sorprendió de inmediato del profe. Fue directo. Me llamó y me dijo que quería contar conmigo, yo estaba retirado, me dijo que quería mi experiencia, pero debía bajar unos kilos”, revela el defensor Jorge Ampuero.

“Siempre estaré agradecido de él porque ha sido un padre futbolístico para mí, él me conoce y quiso que volviera cuando yo estaba mal por la muerte de mi hermano”, subraya Mathías Pinto, quien renació de la mano de García, tras volver de Coquimbo Unido, aunque también supo de sus retos y castigos.

Recuperó y enrieló a jugadores que potenciaron sus condiciones como Nicolás Vargas, al que le entregó la jineta de capitán. Le sacó a trote a Iván Rozas, aduciendo que “acá en la B te tienes que barrer y correr o no vas a jugar”.

Se preocupó siempre de detectar talentos en cadetes y promover valores que saltaron de Tercera a Primera B.

No le tembló la mano para dejar en la banca a jugadores de peso como Leonel Corro, David Escalante o Luis Valenzuela, tirarle la oreja a jugadores que se perdían del camino, como Briceño, al que más retaba en las prácticas, además de José “Pollo” Navarrete, y sacarle el máximo de rendimiento a Federico Mateos, goleador y pieza clave del equipo.

“El profe Jaime me retrocedió unos metros en la cancha, me dio la confianza y sacó lo mejor de mí”, cuenta la “Perla”, quien, al igual que sus compañeros, siente que García les traspasó esa mística que los instó a siempre ser un equipo aguerrido y comprometido.

Motivador

Sus charlas motivadoras antes de salir a la cancha o post un triunfo o derrota, llegaron al corazón de los jugadores.

“Jueguen como pobres, para ganar como ricos”, “diviértanse conmigo, jueguen, disfruten en la cancha”, “dejen todo, porque no los quiero ver con la cabeza gacha en el camarín”, fueron algunas de sus remecedoras arengas, que despertaron el espíritu combativo de un equipo que supo levantarse en plena pandemia para superar el covid-19 y reaccionar a tiempo para timbrar el título cuando parecía que se acababa la bencina.

“Jaime es un gran líder, un gran comunicador y gran persona, empático, siempre supo escuchar al resto del cuerpo técnico y dejarse orientar para aprender, eso no se ve en la mayoría de los técnicos”, revela el sicólogo deportivo del club, Alexi Ponce.

“Pude morir por el covid-19, pero Dios me dio la oportunidad de seguir viviendo y creo que porque soy buena persona. Ahora veo la vida de distinta forma. Feliz de poder darle esta alegría a tanta gente que ha sufrido”, sentencia García, quien hace dos semanas se debatía entre la vida y la muerte y ahora, levantó la copa de campeón para dedicársela al pueblo ñublensino, al que quería ver sonreír tras tanto sufrimiento.

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